
Isabel Artús, directora del Liceo (a la izquierda de la foto) con un grupo de alumnos
La Asociación de Estudiantes culminaba el año liceal con un paseo estudiantil. Dado que tenía mucho de despedida se preparaba con bastante antelación.
Concurrían estudiantes, algunos egresados, algunos padres y profesores. Fidelidades del liceo.
Se realizaba en un viejo monte de eucaliptos con una suerte de casa abandonada casi del comienzo las sierras de Olimar Chico, Sierras de Chimbre luego de pasar el Boliche Quemado. Sobre la hoy Ruta 7.
Tiempos de abundancia: varios corderos asados, donados por amigos o padres de alumnos; olla podrida que invariablemente la dirigía Iman Nuñez, el bedel del liceo, con ayudantes. Las donaciones de ingredientes iban llegando por ofrecimiento o pedidos.
La música la integraba dos bandoneones Ariel Carnales y Madelino Núñez, – generosos en extremo-tocaban toda la tarde.
Las bebidas eran gratis para todos: refrescos, un barril de cerveza llevado de Montevideo, conjuntamente con el hielo, en barra, resguardadas en largos cajones acolchonados en aserrín y sal.
La preparación le insumía a los organizadores eran varias jornadas imborrables, por el sinnúmero de detalles a tener en cuenta. Todos aquellos pormenores, los conocimientos, se transmitían a los que quedaban.
La preparación de la olla de podrida siempre exigía a una cuadrilla de voluntarios. Iman pasaba la receta: tanto de carne de cerdo, chorizos, garbanzos, porotos de manteca. Y lo importante: ¡los pollos! Era lo único que no se pedía. Se incautaban. Era un ritual mantenido en secreto. Los gurú llegaban de Montevideo: varios ex alumnos expertos veteranos de otras guerras: Bebe, Juancito y El Niño Loco.
A los que se sabía que concurrirían al paseo se le confiscaba uno o dos pollos y alguna gallina, si no era que hubiera dejado algún gallo del que se querían desprender por tener más edad que el liceo.
La brigada expropiadora salía y otros estaban en receptoría, en especial algunos de las casas de los dirigentes más nuevos. No era extraño que de puro novato el receptor se viera forzado a perseguir a un pollo mal muerto, que más parecía un gallo, que se iba coc coc, pechando la pared por 19 de Abril calle abajo.
Se decía que un experto en eso era Pepe Medina, el bibliotecario que de puro pierna salía a colaborar. Era un hombre jorobado que siempre andaba de bastón. Contaban que con el bastón golpeaba las patas de las gallinas hasta que sentía que se había subido a él, entonces, salía con el bichito al hombro para una muerte silenciosa que siempre era la meta buscada.
Gran indignación tuvo José, el presidente de la Asociación, cuando entendiendo que su casa era sagrada, sin embargo contribuyó sin quererlo con dos pollos barataraces. Ya los había detectado un alumno de las clases particulares que daba su madre, una santa mujer, que nos perdonaba esas “faltas”,- así lo catalogaría seguramente el futuro hombre de derecho- siempre y cuando estudiáramos.
El NIño Loco quizá introdujo el surrealismo en el pueblo cuando miró un desgraciado pollo contra la luz del foco del medio de la calle, al exclamar:
– ¡Una bicicleta!.
Se decía que Niño Loco lo cargaba desde una noche que habían entrado a comer uvas del parral de un vecino, con el Negro, un compañero. La familia estaba reunida cenando y prolongaban la sobremesa. Para mayor comodidad el Negro se subió a los hombros de su compañero. Un racimo para vos uno para mí. Luego era dos para mí y uno para ti. El que sería desde ese momento Niño Loco, como castigo ejemplar, llevó al abusador hasta la ventana que tenía los postigos abiertos y lo mostró bien de modo que no se les despintara la comadreja ladrona de uvas.
Aquellos paseos estudiantiles tejían amores y también los destejían. Cantos, un tango sonando, miradas juveniles de ojos vivos, sonrientes o tristes. Un dolor dulce: aquí. Hacia el Sur
En aquel año 1951, con un dolor enorme partí hacia Montevideo desde Batlle y Ordóñez, en un coche motor ferroviario, al atardecer. ¡Qué tristeza de alejarse de aquel pueblo tan querido y querible! Y la imagen de mi madre y mis dos hermanos menores en el andén. Hoy me es inevitable recordar los versos de L. Falco de doña Pancha en el andén. Todas las estaciones tienen la imagen de las despedidas.
Para cursar bachillerato concurrí como tantos otros jóvenes del Interior, al IAVA Dejaba aquel mundo de lluvia de estrellas y entraba en el umbral de un tiempo de santos y diablos.
Me perdí en el mundo de unos 3000 estudiantes.
Omar Moreira
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